Lejos de estereotipos y prejuicios sobre las costumbres, el carácter, el modo de vida, etc de la población de un determinado país, lo cierto es que el posicionamiento mental que se ha hace de los países sitúa esa marca dentro de un particular ranking en función de que valores destaquen más y qué puntos objetivamente negativos se le atribuyan.
No es tema trivial, puesto que de este posicionamiento va a depender en buena medida:
- La inversión extranjera directa (IED) en unos u otros sectores.
- El encasillamiento del nombre de tu país en un umbral concreto de virtudes y defectos.
- La posibilidad de desarrollar y destacar en determinados ámbitos y ser referente mundial.
Este último punto, ser referente mundial en cualquier ámbito, es lo que ambicionan todos los países como receptores de nuevas inversiones y más desarrollo en un proceso de feed-back que sólo concede el prestigio.
Es natural que, tal y como nos enseñara el economista británico David Ricardo a principios del siglo XIX, se produzcan ventajas comparativas en el comercio internacional dada la predisposición de cada país a destacar en un determinado campo. Es cierto que la existencia de recursos naturales ayuda mucho, pero también lo es el hecho de cómo la implantación de otros valores en el país pueden orientarlo a la consecución de objetivos más ambiciosos, por ejemplo en educación. En el este enlace pueden acceder al último estudio sobre compentencia educativa en Europa en una segunda lengua extranjera.
Es sólo un pequeño ejemplo, pero da buena fe de cómo todo influye en la percepción que tengan el resto de países sobre el tuyo, o lo que es lo mismo, cual sea el valor de tu marca país.
A nivel regional, por ejemplo de Comunidades Autónomas en España, podría hacerse el mismo análisis. La predisposición a la inversión en regiones con marca propia en productividad, dinamismo, emprendimiento, etc no es igual a aquellas cuyo nombre evoca pasividad, subvención, estancamiento, falta de interés y en definitiva de futuro.
Equipo de redacción dE
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